Hoy, después de apenas lograr apagar el despertador que me llamaba en nuestra hora citada, las nueve y cuarto de la mañana, como dos amantes que no se quieren volver a encontar y menos un domingo; después de desayunar, de recoger el desorden que había por en medio de mi habitación, y también, (por qué no admitirlo) después de ordenar un poco los pensamientos que, en unas semanas, sin razón aparente, me han vuelto a atromentar; me senté delante del ordenador dispuesta a terminar de estudiar un tema de bioquímica. Ahí fue cuando me encontré con el artículo. Ni siquiera sé por qué, pero le di al enlace y empezé a leer. Y no paré hasta el final.
Habla de Antonio, enfermo terminal de cáncer, te diría cualquiera. No. Habla de la muerte, te dirían algunos listillos. Tampoco. Habla de la vida, te diría yo. Porque, por muy pesimista que parezca, la vida implica muerte, van de la mano, y no queremos admitirlo, yo la primera. Pero es cierto y supongo que no sabremos verlo hasta que llegue el final.
Esa es una cuestión, la otra implica al que lo escribió. El autor, el periodista, el escritor. Como queráis. Yo aquí le llamaré artista. Considero artista a cualquier persona que con lo que escribe me llega al corazón , ya sea triste, alegre, esperanzador o sádico. Se llama Pedro Simón, no sé más de él, pero lo primero que haré cuando termine de escribir esto será persegir sus pasos como una novia celosa. Una novia celosa por sus palabras.
Este verano me pasó algo parecido, estaba en un pueblo perdido de la sierra de Madrid y un buen día encontré la biblioteca del pueblo, nueva, moderna. Desenfocaba con la piedra marrón grisácea de las casitas que la rodeaban. Siempre me han gustado con locura las bibliotecas, me recuerdan a algunos meses aburridos de verano en Madrid, con la única diversión que devorar páginas y más páginas sentada en una butaca o en el mismo suelo, rodeada de estanterías repletas de historias. Y fueron de aquellas historias que leí de donde salgo yo tal y como soy, al menos una gran parte. Por eso, cuando llegué a esa biblioteca perdida y nueva, después de estar un rato en la sección de adultos, aburriéndome, no pude controlar el impulso de ir a la sección de niños y juvenil. Fue allí donde encontré el libro. Llevaba meses sin encontrar un libro que me llenase y explotase al leerlo, y leerlo fue como el reencuentro con un viejo amigo, ese que siempre está allí, aunque a veces le pierdas la pista. Se titulaba: "Dónde crees que vas y quién te crees que eres", de Benjamín Prado. La historia en sí no fue lo que me más me marcó, sino su forma de escribir, su idea, lo que había detrás, aquello que reivindicaba a gritos como trasfondo de la historia.
Investigué sobre el autor, un hombre de 53 años, escritor por naturaleza. Descubrí que era poeta, me leí todos los poemas que fui capaz de encontrar por internet, etcétera, etcétera. Me fascinó, al igual que lo ha hecho el tal Pedro Simón. Directo al alma. Artistas para mi de pies a cabeza. Ellos son esperanza porque, como ya dije, la vida y la muerte van en el mismo equipo. De lo contrario no existiría la esperanza.
Porque, sin esperanza, ¿qué sentido tiene vivir?
Y sin esperanza, ¿qué sentido tiene morir?
Este texto, algo insignificante y que no le llega ni a la suela de los zapatos a los dos escritores mencionados en el texto ni a muchos otros que admiro, está dedicado a todas las personas que me dieron alguna espezanza de cualquier tipo alguna vez, y en especial a los escritores de mi infancia, mis artistas, con todo mi amor.
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