Aguzo el oído y creo que no, que esta noche no estás hablando en el jardín, despreocupado. Tampoco oigo risas. Tantas veces que me pregunté cuál de esas carcajadas sería la tuya y ahora no oigo nada.
Escribo esto ahora que puedo permitirme soñar por unas horas, bailar enredándome en las cortinas de mi habitación y sonreír al rememorar el momento en que tu mirada estuvo en mi.
Siento como el sonido del recuerdo se clava en mi ser, su mirada en mi piel y mi corazón corre en los juegos olímpicos a contrareloj.
Te guardaré como un recuerdo de verano: fugaz e intenso a la vez, memorable, inolvidable.
Porque, desde el momento que desapareciste, empecé a contar los días que quedaban para que nos volviéramos a encontrar, sabiendo que era la única forma de sobrevivir a dichos días que hacían de puente entre nosotros y la distancia, entre el invierno (yo) y el verano (tú).
Este texto fue escrito una noche de Agosto, cuando el mar estaba cerca, al igual que tú y tu brisa de verano llena de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario