domingo, 29 de junio de 2014

Cristales rotos, sal y arena.

He cogido papel y lápiz de forma impulsiva, al darme cuenta de lo mucho que hace que no escribo nada realmente bueno. O tal vez haya sido culpa del tachón de un rotulador negro permanente sobre un nombre escrito en el papel de mi vida (que no he cogido yo, ni sé de dónde sale. Quisiera arrancar la capa negra sobre el nombre, mis letras favoritas, o más bien borrarla. Lo que sea, con tal de que no quedase rastro alguno sobre nosotros de su oscuridad).
Tal vez fue eso y fueron mis razones de siempre, acumulándose, hasta romper la botella de cristal (yo) llena de arena de playa y sal (tú y lo de siempre). Quién sabe, ¿me darás la respuesta? Seguramente la sepas, siempre la has sabido. Yo no, porque no veo ángeles aquí en la ciudad. Ni de reojo, ni por asomo, ni veo un rayito de sol entre las rejas de la celda. Con que fuese luz de luna me conformaría. Y aquí llega. Estoy harta de conformarme, de sentir tanto a la vez que al final el tiempo no vale nada y se escurre sin sentido.
Es demente, porque el tiempo vale todo, y todo depende de cómo lo llenes. Y el tiempo se escurre, sí, pero siempre debería hacerlo con sentido. Y cuando no lo hace significa que ya no merece la pena. Y eso duele y es precioso a la vez. Igual que tú.

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