El cielo estaba rojo, atardecía. Y tú. Tú estabas azul, azul mar, pero no un azul mar de atardecer, un azul mar de pleno mediodía, soleado. Brillante.
Creo que ya sé por qué me pareció que brillabas tanto, era culpa de la sonrisa que te dio por enseñarme esa tarde tan roja, se la habías ocultado al mundo y ahora me la dabas a mi.
Si fueras perfecto diría que siempre has sido y serás así, pero yo he sentido tus días más oscuros, tu puñal rasgándome mis órganos vitales, mi cara llena de agua salada que no era de mar, frío en el vacío y mil cosas más que no quiero volver a escuchar.
Por ahora, el reflejo del sol en el agua me ciega, y el retumbar perfecto de las olas sepulta cualquier otro sonido.
Y yo, que vivo en un atardecer intermitente, me doy cuenta cada día de que los meses corren de tu cuenta.
Ah, sí. Los días eran horas y tú no estabas dentro de esa concepción de espacio-tiempo común a los mortales.
Maldito seas, nunca podré llegar a alcanzarte.
Eres un ejemplo a seguir. Me quito el sombrero, preciosa. Impresionante.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leerme y por comentar. Comentarios como el tuyo siempre me animan a seguir escribiendo :)
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