13/03
Hoy he pensado mucho en aquel poema que decía:
"El fin del mundo debe ser algo parecido a esto...". No recuerdo cómo
seguía, pero sí recuerdo una época en la que lo leía mucho y me transmitía
cierta calma. Ahora, sin embargo, sigo sintiendo esta angustia. Incluso cuando
recuerdo ese poema.
Es viernes 13 y todo tiene ese regusto
apocalíptico de lo que aún no ha llegado, pero se sabe complicado y nunca
visto. Habrá muchas lágrimas y desesperación y yo estaré allí. No sé si estoy
en el lado equivocado, no me planteo estar en otro lado.
Es viernes 13 y no se oye nada en toda la casa.
Ni en la calle.
Quiero hacerlo bien, no quiero que pase nada
porque no hice lo mejor que podía hacer en ese momento.
14/03
Segundo día en casa. Son las cuatro y media de la
tarde y hemos dejado las ventanas abiertas para ventilar la casa. Existe una
belleza inquebrantable en la luz que se filtra a través de las cortinas en un
día sin nubes. Es como si pudiera atravesar todas las barreras posibles,
incluso la incertidumbre, para recordarnos que todo pasa.
A través de la ventana entra un sol fuerte y se
oye a los pájaros cantar. No pasa ni un coche. El sonido de los pájaros
recuerda que la vida, en el más amplio espectro de la palabra, sigue, a pesar y
en contra de todo. Eso me tranquiliza y finalmente caigo dormida.
15/03: El pensamiento único
Es prácticamente imposible que un grupo de
personas que no se conocen de nada estén pensando todas sobre un tema en
concreto. Por ejemplo, es hermoso darse cuenta de que cuando suenan las campanadas
el 31 de diciembre de cada año todo un país se aúna en torno a la idea del
comienzo de otro año. Más complejo todavía sería el que un gran grupo de
personas estén pensando y viviendo lo mismo al mismo tiempo y además pensando
en lo colectivo, es decir, preocupándose por el otro, ya que el otro se
encuentra en mi misma situación. Es fascinante, como si se hiciera palpable el
hecho de que formamos parte de una gigantesca rueda o engranaje.
16/03
Es extraño y reconfortante llegar a vislumbrar el
futuro post apocalíptico que nos espera. Ocurre cuando poco a poco vas poniendo
palabras a lo innombrable: crisis, muertes, normalidad, respiradores, orden, no
reanimar, no intubar. Empiezas a aceptar la realidad y a preguntarte si, al
aceptarla, te conviertes en un animal que se adapta por pura supervivencia. Voy
recogiendo piezas sueltas y las guardo para conseguir el click final. Yo no
quiero ser un animal, pero tampoco quiero no saber reaccionar cuando me
encuentre en pleno campo de batalla. Quiero ser instinto y quiero ser razón al
mismo tiempo. No sé si puedo conseguirlo.
17/03
"Llevamos el peso de una pandemia sobre
nuestros hombros". Me acabo de dar cuenta de esto y algo dentro de mi ha
cortocircuitado. Llevo varias horas con esa frase rondando en mi cabeza, pienso
en la humanidad como conjunto y en nuestro país, pero por encima de todo pienso
en mis compañeros.
Repito una y otra vez las razones por las que
debería ser fuerte. "Esto es como el examen práctico de conducir"
(después de pensarlo casi suelto una carcajada).
Sobrevivimos a base de metáforas, eso lo tengo
claro. Nos adaptamos a lo que no conocemos al compararlo con lo ya
experimentado. De pequeña odiaba las novelas en las que el narrador se empeñaba
en hacer muchas metáforas, parecía que cuantas más hiciera mejor sería el
libro. Esos libros me enfadaban muchísimo, sus autores parecían un fraude.
Pensaba, "si vas a hacer algo tan increíble como escribir una novela, al
menos hazlo bien. Y si no eres capaz, simplemente no escribas".
Ahora busco
desesperadamente una metáfora que ponga nombre a lo inabarcable, y me atormenta
profundamente pensar que no voy a saber hacerlo bien, sobre todo por lo que
ello implica para los demás.
Ahora, pienso que quizás si dejo un huequito para
algunas palabras nuevas, adjetivos, adverbios, sea esa la manera de
inventar lo que aún no existe.
Llevamos el peso de una pandemia sobre nuestros
hombros, compañeros.
Extracto del texto/poema Mala Sangre, de Luna Miguel. |
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