viernes, 27 de marzo de 2020

Un diario en la trinchera II


20/03

Podría, simplemente, sentir lo que siento y vivirlo sin ninguna pretensión. Sin embargo, ahora que experimento el único momento de paz en probablemente los últimos siete días, cojo un cuaderno y escribo, bebo una infusión y veo una serie y mientras la veo pienso en ti, que me la recomendaste. ¿Te habrán llamado también? Estoy un poco preocupada porque aunque eres joven tienes una patología de base y eso te hace vulnerable. ¿Qué te parece que el Gobierno de luz verde a contratar aprobados de MIR sin especialidad? Todo eso podría preguntártelo pero no lo hago, aunque a veces tenga ganas. No quiero que confundas mi interés pero me gustaría saber que estás bien.
Luego también pienso en ti, también mientras veo la serie. Pienso mucho en ti últimamente, pero eso no es ninguna novedad. Él me recomendó esa serie y dijo que tú también la habías visto, así que ahora cuando miro al protagonista vislumbro una especie de disociación de la personalidad. Está todo en mi cabeza, por supuesto. Estoy majareta y se nota más cuando pienso en ti, no es ninguna novedad. Cuando me acuerdo de ti ni siquiera soy capaz de intuir o imaginar el reencuentro, sólo llego a imaginar que, en medio de toda esta locura, algo te recuerda a mi. Quisiera que te preocupases mucho por mi. Si tuviera tu teléfono te escribiría sólo para poder leer, para hacerte escribir, lo mucho que te preocupas por mi. Pensar que estás pensando en mi en medio de una pandemia global me pone bastante.


25/03

"Y yo,
yo no soy arquitecto
y no sé nada de hacer los cimientos
y tu casa se me hundió".


27/03

He dejado de escribir diariamente y de sobreanalizar buscando palabras que respondan las preguntas. Está funcionando. He decidido dejar a un lado el miedo y lanzarme al vacío.
Es mi primer día de descanso después de ocho días seguidos trabajando y creo que lo estoy consiguiendo. No entiendo cómo puedo encontrar tanta paz y quietud en las cuatro paredes que me han visto crecer. Soy feliz durmiendo seis horas diarias en mi cama, leyendo un libro en la terraza aprovechando los rayos del sol y comiendo con la familia que no puedo abrazar ni besar. Porque todo lo que no sea eso significa el horror. Las habitaciones sin familiares, las bombas de sedación, cenar a las tres de la mañana pizza con los médicos. No pienses. Sentir que no llegas, no llegas a dar toda la medicación a tiempo, siempre una hora de retraso con todos esos aparatos que apenas conozco. No lo pienses. Compañera, cómo se usa esto, cómo cargo la medicación. Pérdoname, te estoy atrasando el trabajo pero es que no sé, no sé, sólo quiero hacerlo bien. Vamos a intubar a un paciente de cuarenta y tres años sin antecedentes. Mejor ni lo pienses. Ahora, corre, ahora no hace falta, ¿pero cómo voy a calmarme si  no hay cabida para la quietud en este hospital, en todos los hospitales de esta ciudad, de este país, del mundo entero? Se siente, lo palpo en el ambiente, está suspendido en el aire, insertado en los ojos de todos. La incertidumbre de lo desconocido.
Y sin embargo, sin embargo ahora mi mente consigue hacer click. Nada de eso me atormenta. Sólo estoy en casa con las personas que quiero. Recuerdo lo que escribían Didion y Marta Sanz. Por eso escribo. Y de momento con esto me vale.


Fragmento del libro Clavícula, de Marta Sanz      


Fragmento del libro El año del pensamiento mágico, de Joan Didion