FEBRERO
Después de ver a alguien hacerse una coleta
Después de ver a alguien hacerse una coleta
Te quedaste esa pulsera que usaba para recogerme el pelo. Espero que
cuando la veas te recuerde a mi. Y que duela. Como duele cuando no
encuentro con qué recogerme el pelo, y recuerdo que llevabas esa goma
como pulsera. Digo esto ahora que no tengo nada que perder, porque ya lo
he perdido todo. Nos perdimos el uno al otro, y ahora sólo queda un
inservible recuerdo cada vez que quiero hacerme una coleta.
***
Tarde lluviosa
Voy a escribir en prosa con lo que tengo ahora: por ejemplo, esa planta mustia que recogimos de la calle, que ahora se alza a la altura de la puerta entornada.
En mi casa siempre ponemos ese programa de cine, como para ayudarnos a descifrar el arte que nunca sabremos apreciar. Salen películas raras mientras terminamos de cenar y no entendemos nada, pero callamos, escuchamos y soreímos.
Esta tarde tuve entre mis manos un libro de poesía diminuto: paso sus hojas entre mis dedos. Cuesta 14'90 y de repente no tengo ganas de llevármelo. Me he encontrado con esa mirada y no sabía qué decir, así que he salido corriendo de la librería.
Llueve afuera y estoy en el salón porque tengo miedo de estar sola. Hablan en el comedor, a través de esa puerta entornada. A
través de la planta renacida oigo sus voces y no me siento sola.
Hormonas revoloteando
Cenando me he encontrado una cicatriz. Nunca había visto esa marca
pequeña, diminuta y blanca en mi mano. Miro la mano y finjo que es más
interesante que una conversación en la que me siento ridiculizada. Y
ciertamente lo es, pero pienso más bien en el daño que hacen nuestros
fantasmas. Pienso en que las heridas cicatrizadas pueden volver a doler.
Hace poco leí que las cicatrices que quedan después de los puntos de
una cirugía duelen de vez en cuando. Es como si quisieran reclamar su
existencia, para que no te olvides demasiado de ellas.
Mi madre
tiene una cicatriz de cirugía. A mi madre la operaron hace un año y
alguna vez me cuenta que nota un pequeño pellizco. Hace un año la vi
sufrir y ahora queda esa suave cicatriz. Después de curarla yo misma,
después de las grapas y el dolor y la sangre, queda una línea tan suave
que al mirarla se parece a ella. Ahora son un solo ser.
Miro mi
mano, la línea blanca casi ineludible pegada en ella. Me gusta ser consciente de las cosas sintiéndome inmune a ellas. No entro en la
conversación que me deja como perdedora. En vez de eso levanto
de la mesa, como queriendo dar por concluida la función. Es mentira, ya
lo sé. En la vida un telón no se cierra para abrirse otro, sino que
convivimos con todas nuestras funciones sonando al unísono. No vi mi
cicatriz hasta este momento, quizás por lo mimetizada que estaba ya con la piel sana, pero sigue ahí, interpretando su papel.
***
Viaje de vuelta de una escapada
Es una tontería lo que voy a decir, pero me gusta viajar en autobús. El bamboleo de los pies que provoca el gigantesco vehículo al deslizarse por el asfalto, el temblor de sus ventanas y reposabrazos. Tiendo a pensar cada vez más que soy una persona solitaria, y que mucha gente no sabe hacer las cosas a un ritmo que sea satisfactorio para ella misma y a la vez bueno para los que lo rodean.
Viendo esta ciudad que no es la mía en la que apenas he estado dos días, ya pienso en lo que haría si viviese allí. Cogería una bici para recorrerme las explanadas en tardes como estas, con sol y casi veinte grados, los cerezos floreciendo y yo pedaleando. Otra tarde saldría de la casa a las afueras de la ciudad y me iría andando al centro, con una bolsa de ropa sucia al hombro, hasta la lavandería, y mientras se lava todo haría la compra. Alguna mañana de fin de semana saldría a andar por el campo, incluso me pegaría alguna carrera, con lo que odio el running.
Llegué a esa ciudad enana que no se parecía en nada a Madrid, a una estación en la que nadie me recogía, y pensé: "Ojalá este fin de semana se acabe ya". Qué difícil es conectar con los demás y qué hermoso y milagroso que suceda. Cuando me preguntan si creo en el amor digo que sí, porque he vivido ese milagro con amigos, con familia y con amantes. Ahora que ya estoy de vuelta a Madrid, en este autobús, sola, mirando cómo atardece por los campos verdosos, escribiendo, pienso: "Ojalá este viaje no acabe nunca".
Es una tontería lo que voy a decir, pero me gusta viajar en autobús. El bamboleo de los pies que provoca el gigantesco vehículo al deslizarse por el asfalto, el temblor de sus ventanas y reposabrazos. Tiendo a pensar cada vez más que soy una persona solitaria, y que mucha gente no sabe hacer las cosas a un ritmo que sea satisfactorio para ella misma y a la vez bueno para los que lo rodean.
Viendo esta ciudad que no es la mía en la que apenas he estado dos días, ya pienso en lo que haría si viviese allí. Cogería una bici para recorrerme las explanadas en tardes como estas, con sol y casi veinte grados, los cerezos floreciendo y yo pedaleando. Otra tarde saldría de la casa a las afueras de la ciudad y me iría andando al centro, con una bolsa de ropa sucia al hombro, hasta la lavandería, y mientras se lava todo haría la compra. Alguna mañana de fin de semana saldría a andar por el campo, incluso me pegaría alguna carrera, con lo que odio el running.
Llegué a esa ciudad enana que no se parecía en nada a Madrid, a una estación en la que nadie me recogía, y pensé: "Ojalá este fin de semana se acabe ya". Qué difícil es conectar con los demás y qué hermoso y milagroso que suceda. Cuando me preguntan si creo en el amor digo que sí, porque he vivido ese milagro con amigos, con familia y con amantes. Ahora que ya estoy de vuelta a Madrid, en este autobús, sola, mirando cómo atardece por los campos verdosos, escribiendo, pienso: "Ojalá este viaje no acabe nunca".
Cuando llega el calor y todo parece estabilizarse
Sé lo que es la felicidad y no es la falsa e inquietante calma de las parejas que llevan años juntos sin la valentía de reiniciarse cada uno por su cuenta.
No.
La felicidad es doblar la ropa seca, recién lavada, y su olor a suavizante.
La felicidad es un poema que te descubre, y también descubrir un poema que nunca imaginaste que pudiese existir.
La felicidad es esta copa y este bollo.
Los viajes de vuelta a casa con el sol colándose por todas las ventanas y todas las rendijas.
La felicidad es este libro que habla del mar y de la sangre de los peces.
Felicidad es volver a casa de tus padres.
La felicidad es hacer postres después de comer.
La felicidad es esta sábana y esta ardilla a través de la ventana.
Cuando estoy triste y es primavera hago batidos de fresa. El otro día hice un batido con fresas, plátano, yogur de fresa, una galleta, leche semidesnatada y un chorrito de nata. Cuando llegaron mis padres a casa después de unos días de vacaciones les hice probarlo. La felicidad son mis padres probando mi batido triste.
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