Los montículos de hojas se acumulan a un lado de la acera, allí los deja el portero mientras pasa el cepillo, la escoba. De pronto un ramalazo de aire las desperdiga, vuelven a desordenarse. Quizás ese sea su estado natural, el adecuado, y no puedan soportar mucho tiempo otras formas de apilarse.
Dices que te vas y de repente llega el miedo, entra por la puerta lateral y no sé ni dónde colocarlo. Pensaba que no le tenías miedo a nada pero a ti también te ha rozado y ahora comprendo que sólo veo un reflejo de lo que eres y eso está bien. Me he rendido al intento de adivinar por qué me gusta tanto cómo tocan tus manos mi espalda, no sirve de nada, las cosas pueden llegar a ser más simples y siempre hay dilemas mucho más terribles.
De momento no quiero escribir por si acaso lo ignoro y en realidad sobre mi pecho sostengo un castillo de cristal y al mover el bolígrafo este se escapa y desde el suelo saltan mil pedazos.